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“Vale la pena ser el Sr. Kaiser” – Coaching semántico con buzzwords positivas

Silberzahn, R. (2013), It Pays to Be Herr Kaiser: Germans With Noble-Sounding Surnames More Often Work as Managers Than as Employees

El científico Raphael Silberzahn de la Universidad de Cambridge y Eric Luis Uhlmann de la Escuela Superior de Economía HEC de París descubrieron lo siguiente: quien tenía un apellido como  Kaiser, König o Fürst (apellidos que significan “emperador”, “rey” o “príncipe ” respectivamente), tenía mayores probabilidades de llegar a un cargo directivo que personas con apellidos como Bauer o Koch (apellidos que significan “agricultor” o “cocinero” respectivamente) (Silberzahn, 2013). Asimismo, los nombres propios también activan asociaciones mentales: los profesores presuponen, por ejemplo, que el nombre de ALEXANDER indica que ese alumno será más inteligente que si se llama KEVIN. 

Como ya se comentó, las palabras no solo expresan descripciones simples de objetos animados e inanimados sino que también suelen ir “cargadas” con un significado emocional a las que los investigadores del cerebro denominan buzzwords (Kißler, 2007 ). En función de la calidad de la emoción,  las palabras comunican frío o calor, secretismo o transparencia, relevancia o banalidad, lo cual tiene una repercusión concreta sobre la realidad. En el curso de un estudio fascinante, los científicos Raphael Silberzahn de la Universidad de Cambridge y Eric Luis Uhlmann de la Escuela Superior de Economía HEC de París descubrieron lo siguiente: quien tenía un apellido como  Kaiser, König o Fürst (apellidos que significan “emperador”, “rey” o “príncipe”, respectivamente), tenía mayores probabilidades de llegar a un cargo directivo que personas con apellidos como Bauer o Koch (apellidos que significan “agricultor” o “cocinero”, respectivamente) (Silberzahn, 2013). Asimismo, los nombres también activan asociaciones mentales: los profesores presuponen, por ejemplo, que el nombre de  ALEXANDER indica que ese alumno será más inteligente que si se llama KEVIN.

No obstante,  este efecto puede tener dos vertientes: siempre han existido personas que se han hecho un GRAN NOMBRE, como Ángela MERKEL o Helmut  SCHMIDT; o sea, que la notoriedad también puede alcanzarse sin necesidad de tener un apellido que remita al brillo de la nobleza o la aristocracia o que llame la atención por su capacidad asociativa. Obviamente, no podemos hacer nada para evitar que nuestro nombre impreso en un papel tenga una determinada resonancia, pero la influencia que ejerce sobre el entorno crece en el momento del encuentro personal, y ahí es cuando cada uno de nosotros puede atribuirle mayor o menor carga energética a su nombre  o apellido, puesto que en ese momento todos nos convertimos en “portadores de un nombre”.  Además de la actitud o postura corporal, lo que hace que nuestros semejantes sepan si nosotros mismos asociamos nuestros nombres a emociones positivas como orgullo, autoconsciencia o simpatía es el timbre de nuestra voz. En las conversaciones telefónicas lo que marca la diferencia es si susurramos o mascullamos nuestro nombre y apellido o si por el contrario lo pronunciamos con voz clara y una postura corporal erguida: dicho de otra manera, el interlocutor también “oye” la postura corporal transmitida en la voz.
Las personas reaccionan en primer lugar a nivel emocional ante las palabras y las frases que escuchan. El significado semántico “se desvanece” ante el efecto que ejerce el tono de voz en el oyente.

Muchas sesiones de coaching se centran en demasía en la formulación de frases, a pesar de que la experiencia demuestra que el verdadero avance lo aporta el coaching emocional, ya que es este método el que confiere sentimiento a las frases interiores. Y como ya sabemos actualmente,  todavía tiene más sentido abordar el tema del “tono de voz” del diálogo interior. Según los últimos conocimientos recabados en la investigación del cerebro, nuestro sentido del oído se concibe como aquella unidad de percepción  que posee el mayor potencial creativo. Por este motivo, la estimulación sensorial  a través del oído puede crear muchas más conexiones entre los hemisferios cerebrales  que por ejemplo aquellos estímulos que nos llegan a través de los ojos. Por ello, a ciertas personas no solo les es posible reconocer un ruido de encaje, que revela que la puerta del coche se ha introducido en la cerradura, sino que algunos apasionados del mundo de las cuatro ruedas llegan a afirmar que oyendo este tipo de ruido pueden identificar de qué marca es el automóvil. Desde luego, algo así solo puede ser posible mediante una red de asociaciones muy desarrollada, y de hecho el estímulo auditivo se traslada de un hemisferio cerebral al otro hasta ocho veces antes de instalarse en nuestra consciencia (Ohler, 2006).

Tal interdependencia se produce también entre los dos centros auditivos, llamados córtex auditivos, que son los responsables de las distintas interpretaciones que hacemos de los estímulos auditivos: el lado izquierdo se ocupa del significado del contenido  –  “¿qué es esto? ” –  y el lado derecho de la interpretación del mismo, o la forma en que se trasmite el mensaje –  “¿cómo se transmite? ”. ¿Un simple “sí” se transmite de forma amable, nerviosa o aburrida?

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